Mitología extraviada para la vida del futuro

Un campo que se expande: la esperanza de vida es una parte de la humanidad que, no se sabe bien cómo, va redoblando la apuesta y le propone un guiño de posibilidades al mundo.

Sin embargo los tejidos cercanos a lo simbólico no paran de quejarse. Que las religiones se estremezcan en su obsolescencia no debería sorprender, ya que la “gestión de la proximidad de la muerte” es su tradicional especialidad, y si lo que va engrosándose es el tiempo vital neto y a su vez aumentan los elementos de conciencia respecto del fenómeno de la vida, se desprende su fuera de juego.

Pero que el ámbito artístico ostente un espíritu tan contrariado ante este contexto insinúa un acople reaccionario de frustraciones presentes y miedos por venir. Como simple muestra, el otro día Federico Andahazi, un reconocido escritor argentino, manifestaba: “La idea de la muerte no me espanta, sí lo hace la de la inmortalidad”.

La corporación de profesionales de la expresividad se despobló de soñadores futuristas, probablemente al ritmo de los reveses que el “futuro ya llegado” le viene propinando a su otrora privilegiado sitial, confundiendo autores con interlocutores, sembrando el formato de “artista” de interrogantes de inspiración y sustentabilidad.

Por eso no sorprende que los relatos y fábulas provenientes de la temblorosa línea de producción de las industrias culturales sea prácticamente un “repackaging” privado de toda adecuación de época, aunándose al mencionado conservacionismo de las instituciones religiosas.

Un repaso por las moralejas que ogros verdes secuelados al hartazgo, hadas, culebrones y conventillos pretendidos de “ficciones”, nos arroja un resultado que no parece entrenar a las nuevas generaciones en elementos de sabidurías vigentes varias, sino más bien preparan el terreno para una probable desilusión ulterior.

Por ejemplo, la apelación popular del “aceptarse tal cual uno es” tiene una lógica raigambre evolutiva en pasados de condicionamientos densos y existencias efímeras. El costo, la extensión y los riesgos de un cambio de fondo en aquel escenario aparecían como inhibidores intuitivos a la hora de justificar una búsqueda de transformación personal. La estrategia de afirmación de lo original podía entonces contar con más elementos a favor ante una pulsión de búsqueda de lo óptimo.

Pero en tiempos de vidas de creciente extensión (a pesar de esta cultura), de medios amplificados, de manipulación genética, el relato conservador del conformismo y la resignación no tiene sentido y plantea un engaño de importantes costos humanitarios.

La fantasía genuina no se intimida ante la aproximación de posibilidades complejas pero vitales. Su inspiración juega y se extiende por el nuevo campo, busca el punto más alto y salta, siempre hacia adelante.

Carlos Lavagnino
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