No pierdas el tiempo tratando de analizar la cultura, es tu cerebro

Por Mercedes Rojas Machado

Para aquellas mentes inquietas que, en un panorama de pobreza proyectual, buscan observar críticamente el mundo va dirigida esta nueva “cachetada” científica. Un mensaje claro y desactivador hacia quienes pretendan indagar en la esencia de las religiones y de los credos: olvidemos la cultura, abandonemos la complejidad… la respuesta es más sencilla y está al alcance de nuestra mano… ¡somos nosotros!

En base a una serie de experimentos alrededor de los últimos años y partiendo de una concepción del hombre profundamente dualista, una caravana de “ilustrados” asegura que el sentimiento religioso es consecuencia inquebrantable de un cerebro programado para la creación de divinidades. Si bien se mencionan otros componentes que ayudarían a reforzar la hipótesis central, su ensamble es antojadizo y de una abrumadora simplificación.

Las conclusiones de estos estudios fueron publicadas en innumerables medios de comunicación y es vergonzosa la ausencia de crítica y la ferviente aceptación que se percibió en todos los casos. A su vez, una alianza mafiosa como ésta no hace más que poner en evidencia la alarmante predisposición humana a comulgar con cuanta teoría diluya su responsabilidad en el mundo.

Estos “descubrimientos” y cada uno de sus enunciados no sólo dan testimonio de un reduccionismo grosero a la hora de analizar y entender las dinámicas que atraviesan nuestra época, sino también la imposición de explicaciones individuales que se contentan con pensar que ya no hay que preocuparse por razonar sobre la propia espiritualidad, y menos aún cuestionarse y exigirse una mayor fortaleza en los momentos de fragilidad. Según estos estudiosos, lo innato es irreversible y una pulsión de cambio sólo puede ser homologada con la obsolescencia y la derrota. El pesimismo de una mente prefigurada que debe conformarse con un acopio de deidades inventadas, ineludibles directoras de todo curso de acción y refugio ante cualquier tensión con la vida, aparece como el bálsamo tranquilizante por excelencia para una voluntad ausente.

Dentro de este duro golpe a la sensibilidad constructiva, un conjunto de falacias pretenden hacernos creer que la facultad humana de imaginar lo sobrenatural puede ser idéntica al proceso que entraña el sentimiento religioso, como si éste inocentemente sólo se valiera de la irrealidad. Enfocándose únicamente en las capacidades figurativas de los individuos nunca podría explicarse algo tan cultural como la formación de un tipo de credo que siempre presupone adoctrinamiento y servicio. En lugar de pensar en una propensión innata a esos dogmas habría que explorar qué dinámicas complejas condicionan a las personas a buscar soluciones, culpas y compromisos en un ente exógeno. Pero claro está, para evitar un replanteo de fondo, siempre es más fácil (y aparentemente más seductor), escudarse en cualquier determinismo, sobre todo si proviene de un campo tan legitimado como el de las ciencias. Pareciera que la historia está atravesando el momento más místico de todos los tiempos, no por el auge de las doctrinas tradicionales, sino por la tendencia a una adscripción desprovista de escepticismos y cuestionamientos a todo discurso que dé sosiego a una existencia sin ansias de autogestionarse.

Esta concesión absurda de la espiritualidad personal, ligada indefectiblemente a lo religioso, sumado a una disposición complaciente a tomar sin la menor sospecha cualquier enunciado que se declare a sí mismo científico, deja entrever la inercia y el adiestramiento del escenario actual.

Tal vez, sería bueno preguntarse si en la dispersión del cosmos aún es posible dilucidar el brillo de una búsqueda más nutritiva. Incluso podrían imaginarse almas intrépidas, que a los ojos del común de los hombres puedan parecer de otro planeta, desplazándose por el éter dispuestas a demostrar que la construcción de una autonomía consistente es una aspiración totalmente factible y disfrutable. Utópico en un entorno de estragos periodísticos y disciplinas macabras, una apuesta por la solidez podría alumbrar una relación superadora con el mundo.

 

Riorevuelto
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