El extravío del arte en su camino a la trascendencia

Hay una hora que, quizás, le esté llegando al arte.

Hay una puerta que se puede estar abriendo para desnudar la inarmonía de uno de los circuitos más redundantemente subsidiados de la maquinaria cultural.

Que quede claro, no se cuestiona ni la belleza eventual del arte ni su ocasional transferencia de insumos para la inspiración humana; el timbre toca para un aspecto fundamental de su encastre cultural: las prerrogativas que se desprenden de su interpretación del concepto de trascendencia y las derivaciones del acaparamiento de las capacidades creativas y sensibles de sus hacedores.

A través de los tiempos, el arte ha sabido acomodarse a un rol vinculado a la canalización de ciertas funciones que reclamaba una Cultura consagrada a la gestión de la finitud y la resignación. 

Por un lado, el papel del artista corporiza una gestualidad que apuesta a asimilar mansamente el asumido carácter melancólico del destino del hombre a través del consuelo de adosar un aura poética a una expresión testimonial y catártica. Como en un pacto, el artista está habilitado a explorar los registros posibles de un camino que pretende ser marca y límite de la experiencia humana. El desgarramiento en la vivencia del artista representa el abrazo simbólico en el que queda signado su devenir, que pretende ser alegórico del devenir de todos los hombres: si la vida es triste, que al menos sea su relato una aspiración al goce y una simulación de cierta gloria.

Otro rasgo característico de la vía artística a la trascendencia consiste en el mito de que su canal tiene la capacidad de traccionar la realidad con algún grado de planificada intencionalidad. ¿Puede el arte cambiar el mundo? ¿Qué tipo de cambios o revoluciones podrían originarse o al menos apoyarse en una columna artística?

Antes habría que ver hasta qué punto lo querría cambiar. Mientras sean cambios que no alteren el lugar y el sentido de la corporación artística, son bienvenidos por ella, en algún punto porque siempre se pueden sumar nuevas quejas al coro.

Sumado a esto, el establecimiento del arte como una profesión homologada determina la carencia de una concepción situacional integral, minimizando al límite su impacto social efectivo en el contexto de una esfera de medios saturada y de un espectador protocolizado y prevenido al extremo.

Así se explica la natural alianza entre el arte y el voluntarismo tanto a nivel intelectual, tendiendo notoriamente a cosmovisiones simplificadas, como en lo propositivo, en donde se dificulta compaginar un aporte productivo fragmentario con una sensibilidad desbordada por la creciente complejidad del mundo; no sorprende así que las causas susceptibles de ser defendidas desde el arte sean, cada vez más, apelaciones masivas que van de la ingenuidad y el desconocimiento, al ridículo.

Esta impotencia muestra que el desgarramiento del artista no se limita a lo experiencial, sino que se expande a lo operacional porque habla de la cosa subyacente estando condenado a no poder operar consistentemente sobre ella.

Otro aspecto en crisis es la relación entre el arte y la imaginación, que es el verdadero campo original de lo creativo.

En épocas estimulantes para la realización concreta de lo fantástico, condenar al producto de la imaginación a ser un mero testimonio -obra de arte- puede resultar un doloroso desperdicio. Entonces, el arte encuentra resentida su sociedad con la imaginación, porque cada devolución de esta usina de escenarios encierra un interrogante de factibilidad que lo angustia. Mientras la fantasía sobreentendía su rol meramente simbólico, el artista podía tranquilizarse en la distancia que lo separaba de esos mundos alternativos. Pero gracias a la explosión de las complejidades de nuestro tiempo, al adelgazarse -hasta romperse- la membrana que separa lo imaginario de lo posible y lo virtual de lo real, comienzan a filtrarse escenarios de alternatividad que descolocan al artista. Los territorios en proceso de descubrirse y conquistarse llaman al hombre a la acción, gesto probablemente poco afín al retozar melancólico de los autores.

De esta manera se aúnan los rasgos de las principales opciones de trascendencia del individuo que la Cultura Central viene ofreciendo: tanto la descendencia biológica como la integración de un micro-aporte a la gran masa de la humanidad a través de una profesión no dejan de ser, en el fondo, simplemente poesía.

Y por ese denominador común quizás se explique que el arte sea, dentro de las oxidadas vías a la trascendencia poética, aquella que merced a su propensión expresiva inunde con sus angustias el inicio de una etapa de transición cultural: es la manera funcional de intentar vanamente absorber la energía inspiracional y evitar que ésta genere un cambio situacional profundo.

Así es como tal vez podamos comprender los espasmódicos arrebatos de conservadurismo que caracterizan al momento actual del arte. Éste se aferra a la Cultura de la Muerte porque en definitiva vive de ella, con el mismo dogmatismo y recurrencia con que vuelve la imagen del artista o el intelectual retratado en pose con su cigarrillo.

Pero así como la Cultura Central le asigna a ciertas concepciones el monopolio simbólico de lo que significa cambiar el mundo, también se le asigna al arte el carácter de camino único posible para desatar la creatividad y la sensibilidad del hombre. Y ésta es precisamente la discusión que hay que desarrollar para desanudar este acaparamiento, logrando que quienes están movilizados por una dinámica creativa puedan elegir encuadres más sustentables.

Un nuevo paradigma creativo podría plantear los siguientes desplazamientos respecto del arte tradicional:

1) La nueva creatividad no sólo debe estar alineada con la vida en vez de la muerte, sino que tiene que aprovechar la potencialmente imbatible poesía del relato vital por sobre el relato sufriente. Del mismo modo, esta nueva inspiración debe liberarse en territorios que exceden lo testimonial -fin de la obra de arte- para adentrarse en la situación, construyendo trascendencia real.

2) Debe ser no-corporativa y desprofesionalizada. El nuevo vínculo del hombre independiente con el mundo necesita replantear su sustentabilidad, yendo desde la prestación de un servicio hacia la intervención, abriendo la posibilidad de tener objetivos viables y ambiciosos.

3) Debe estar integrado en el conjunto de las herramientas de las que se dispone para crear, fomentando el protagonismo de las ideas como ejes coordinantes. La preeminencia de las ideas junto con la viabilidad de los objetivos, acerca a la creatividad a una dimensión tradicionalmente refractada por el arte: la responsabilidad.

Algunos tiempos que llegan lo hacen para quedarse. Para el arte eso podría ser un problema, pero ¿qué hay de la imaginación, la fantasía y la creatividad? Hace rato que están esperando por lo nuevo.

Carlos Lavagnino
3 Comments
  • Greta
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    Es muy interesante la cuestión del pensar el arte desgastado, en parte, por su encastre en un modelo profesional. En lo personal, no creo que la profesionalización per se sea buena o mala, se podría pensar en sus pros (vasta experiencia en un área determinada de conocimiento, cumplir con ciertos “estándares de calidad”) que bien pueden considerarse en paralelo a sus contras (híper-especialización y pérdida de la visión totalizadora, interdependencia profunda entre componentes donde el error de uno repercute en el conjunto). Creo que los pros son lo suficientemente importantes como para rechazar la profesión tan drásticamente. Habría que pensar, sí, en algún modo de compromiso entre el trabajo profesional y no profesional.

    A lo que también quiero apuntar es a desmentir esa imagen que intentan transmitir los artistas que se resume en la idea de la inspiración: la creación que baja del cielo y que el artista dotado de una suerte de sensibilidad especial, es capaz de canalizar y cosificar en una idea, una imagen o lo que sea (para este tema recomiendo mucho el cuento “Inspiración” de Fontanarrosa que pueden leer acá: http://www.bdp.org.ar/facultad/cated… ). Para refutar esta idealización hay muchos testimonios del arte como una profesión más tradicional, que se basa en la rutina, la práctica, la constancia, la búsqueda de fuentes e incluso la preocupación por el lucro (con respecto a esto, una nota de esta semana de Página 12: http://www.pagina12.com.ar/diario/su… ) Lo curioso es que bajo esa imagen de aquel artista “místico” se encubre este otro esquema que, de hecho, existe.

    Por otro lado, me da la sensación de que el arte como es tratado en este Viewpoint (y con esto insisto en algo que planteé en la última reunión del Club I+) no es del todo fiel a la realidad desde el momento en que habla de un solo arte, homogeneizando distintas prácticas artísticas que, creo, difieren en su capacidad de incidir en el mundo (algunas apelan más al valor estético, otras son más susceptibles de ser mediadas por la interpretación, etc.). Al mismo tiempo creo que las distintas artes también varían en torno a una mayor o menor identificación del artista como un alma libre sujeta sólo a sus impulsos inspiracionales. Por ejemplo, pienso más ligado a este modelo a la música y la plástica, en contraste con la literatura o la danza, donde se suele pensar más en un trabajo minucioso, detallista, que vuelve constantemente hacia atrás y se revisa y rehace con esfuerzo.

    En fin, un par de reflexiones a partir del texto.

    Un saludo!

    27 de June de 2011 at 5:24 pm
  • Charly
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    Hola Greta. Vos decís:

    “En lo personal, no creo que la profesionalización per se sea buena o mala, se podría pensar en sus pros (vasta experiencia en un área determinada de conocimiento, cumplir con ciertos “estándares de calidad”) que bien pueden considerarse en paralelo a sus contras (híper-especialización y pérdida de la visión totalizadora, interdependencia profunda entre componentes donde el error de uno repercute en el conjunto).”

    El tema es bueno o malo para qué. Lo que estoy planteando tiene que ver con el objetivo de generar proyectos que transformen la Cultura Central. En ese sentido, no parece ser realista pensar en que esos proyectos estén protagonizados por profesionales típicos. ¿Por qué? Porque el entrenamiento, la predisposición y la ideología del profesional implican necesariamente un consenso sobre estructuras fundamentales de la sociedad, que son las que hay que poner en evidencia. El profesional está ideado para brindar un servicio homologado por ese consenso.

    Tampoco coincido con el esquema de “pros” y los “contras” que mencionás, veamos tus “pros”:

    “Vasta experiencia en un área determinada de conocimiento”.

    Esto no es una característica inherentemente positiva.

    “Cumplir con ciertos “estándares de calidad””.

    Esto no necesariamente es así. La historia de los estándares de calidad muestra un desplazamiento de lo especializado a lo integral, y aún así no se ha resuelto el problema de la complejidad (sino mirá tu propio Viewpoint sobre Fukuyima!).

    Después decís:

    “Creo que los pros son lo suficientemente importantes como para rechazar la profesión tan drásticamente. Habría que pensar, sí, en algún modo de compromiso entre el trabajo profesional y no profesional.”

    Acá no es cuestión de rechazar o no rechazar. Es ver qué dinámicas sirven para determinados objetivos de transformación. La pregunta que toda persona sensible, ambiciosa proyectualmente y con ganas de operar transformadoramente sobre el mundo (y por ende la Cultura) debe hacerse es:

    ¿Cuál es el esquema para acceder a una combinación ideal de conocimientos, estrategias, capacidades, fuerzas de trabajo, etc? ¿Constituirme como un profesional especializado en una disciplina, o integrar diferentes instancias de despliegue humano de una manera nueva, diferente?

    Y que quede claro, el plantear un nuevo modelo no implica prescindir ni del conocimiento, ni de la calidad, ni de la productividad ni de ninguno de los componentes útiles del profesionalismo. Pero lo que cambia sustancialmente es el “contexto” y la cosmovisión del profesional, cuyas prerrogativas le impiden estructuralmente llegar a un cauce verdaderamente contra-hegemónico. De hecho, plantear una alternativa al profesionalismo implica reconnotar el concepto y la intensidad de un posicionamiento contra-hegemónico.

    Tu segundo párrafo apunta a si hay una contraposición entre el sometimiento a la inspiración y el sentido del trabajo y el profesionalismo, y yo coincido en que no la hay, pero no veo qué aporta ese tema a la discusión central.

    Finalmente decís:

    “Por otro lado, me da la sensación de que el arte como es tratado en este Viewpoint (y con esto insisto en algo que planteé en la última reunión del Club I+) no es del todo fiel a la realidad desde el momento en que habla de un solo arte, homogeneizando distintas prácticas artísticas que, creo, difieren en su capacidad de incidir en el mundo (algunas apelan más al valor estético, otras son más susceptibles de ser mediadas por la interpretación, etc.).”

    Que algunas disciplinas descansen más que otras en la estética, la interpretación o lo que fuere, no cambia el concepto de que comparten un protocolo común de comunicación con la inspiración, de productividad y, lo más importante a los efectos de la discusión de la incidencia, de interacción con el interlocutor.

    Lo que estoy planteando es que el arte, en general, no puede cambiar el mundo, y si pudiera hacerlo no lo haría en ninguna dirección interesante.

    28 de June de 2011 at 12:56 am
  • Lau
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    Hola a todos! Sólo dos comentarios para aportar a la discusión. Con respecto al tema de si las diversas ramas artísticas según su fisionomía podrían variar su posibilidad de incidencia, creo que ya sea desde la pintura, a la danza o la literatura, se apela a un set de prerrogativas (tanto implícitas como explícitas) y de interpretaciones acerca de lo que significa ser artista y hacer arte que son las mismas para todos, más allá de la variabilidad en las técnicas o métodos empleados. De la misma manera, se comentaba el otro día en el Club que quizás no era justo culpar al artista si era el espectador el que no captaba un mensaje, sin embargo lo que parece injusto es eximir al que establece las reglas del juego y luego responsabiliza a los jugadores. Tengo la fuerte sensación (quizás fortalecida por el hecho de haber practicado algunas de las disciplinas mencionadas) de que en el contexto artístico actual en el cual se presentan la mayoría de las obras (donde se le asigna por ejemplo un rol pasivo y muchas veces descontextualizado al espectador), es muy difícil que no haya malos entendidos, y esto es algo de lo que tiene que hacerse cargo el artista por elegir ese medio/lenguaje para transmitir algo.

    un beso!

    28 de June de 2011 at 2:29 am

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