Disputas entre generaciones, un clásico que no se agota

Una foto en la que se ve a un joven tomándose una selfie durante una protesta en Rennes, Francia, fue la imagen seleccionada para ilustrar una fuerte crítica a los Millennials publicada en la columna de opinión del diario El País de la semana pasada. Esta misma suscitó más tarde un polémico cruce de reflexiones por parte de los integrantes de dicha generación.

La crítica caracterizaba a los Millennials como una generación indiferente a la política, al conflicto social y al pasado, como individuos faltos de valores cívicos y de responsabilidad. También se los apuntaba de holgazanes ya que “tienen todos los derechos pero ninguna obligación”, como seres sumergidos en una realidad virtual instagrameada y por ser faltos de proyectos y objetivos. Acusados de solo querer “cosechar likes”, “vivir por el solo hecho de haber nacido” y no cooperar con la evolución y el cambio en el mundo, los Millennials asumieron la provocación e hicieron su descargo.

Rechazaron el cargo de apatía política, alegando que nuevas propuestas surgieron de la mano de los Millennials (Podemos en España), que día a día están en las calles haciendo visible las luchas feministas, medioambientales, por ejemplo. Sostuvieron que tienen serios problemas para consolidarse en el mundo laboral a pesar de estar sobrecualificados, que son la primera generación desde la posguerra que vive peor que sus padres y que muchos están atravesando una gran angustia y depresión por no poder acceder a las condiciones de vida que esperaban o no poder satisfacer las aspiraciones de “cambiar el mundo”. Asimismo, reclamaron que ellos no son responsables del contexto en el que les toca vivir, pateando la pelota a sus predecesores.

Al parecer, echarse la culpa entre generaciones resulta ser la opción más fácil y conveniente para evitar ver más allá y someter al análisis cuestiones nucleares y tal vez más incomodas.

Se habla mucho de los Millennials porque son la primera generación que ha nacido con las ventajas de un mundo más automatizado, informatizado, más libre, más pacífico, menos injusto y en ellos se continúan depositando las expectativas de una posible salvación de la humanidad. Sí, porque como ya hemos trabajado en los últimos Clubes, la humanidad está en crisis y no son los robots los responsables, sino nosotros mismos.

Si bien el análisis que desató el intercambio tiene un espíritu conservador y de reivindicación de una generación que se jacta de hacer sido más comprometida con los problemas de la humanidad, los Millennials estarían perdiendo la posibilidad de asumir una actitud más rebelde y contestataria frente al orden de las cosas y hacer verdaderas innovaciones e intervenciones críticas frente a una humanidad que ya no sabe como sostenerse en pie.

En la última reunión del Club I+ discutíamos sobre cómo la libertad podría estar siendo hoy no más que una sensación. Y si la libertad es una percepción, ¿puede emparentarse con la libertad estructural o la independencia? Si creemos que la libertad es poder decir lo que queramos, pensar nuestro futuro, tratar de armarlo a través de los estudios, un trabajo, superar las adversidades que se nos presentan, salir con amigos, acceder a los consumos más valorados socialmente, quizás estemos perdiéndonos de gran parte del desafío. ¿Qué funciones cumplen nuestras aspiraciones?

En primer lugar, si nuestros deseos y prácticas son iguales o muy similares a los de los demás, deberíamos preguntarnos si eso forma parte del ejercicio de nuestro libre albedrío o no. A su vez, podríamos comenzar por sacarnos la camiseta de la humanidad y ver si somos capaces de pensar por fuera de las cosas que hacen y piensan todos los demás, atrevernos a soñar con algo extraordinario, algo que probablemente no recoja muchos likes.

La angustia existencial a la que refieren los Millennials es una marca de la época y expresa una información valiosa a la que las nuevas generaciones podrían prestar mucha atención para reorientar sus vidas hacia lugares más regenerativos.

La sensación de libertad proporcionada por los estilos de vida festejados por la Cultura Central provocan un borramiento de las reales posibilidades de los individuos de emanciparse y de generar algo diferente, algo propio y no customizado por sistemas centralizados. En una época de prácticas previsibles y homogéneas, que terminan con una sensación de hastío y aburrimiento pero condimentadas sabor a libertad, ¿somos capaces de preguntarnos si la libertad de la que creemos ser dueños no es más que una ilusión formateada y diseñada en otro lugar? ¿Es posible industrializar la libertad y los sueños?

Es hora de pasar a la ofensiva, de ver las posibilidades del individuo descentralizado en un contexto de complejidad creciente. Ahora tenemos mucho poder, mucho confort y pero el deseo es pequeño, es modelado y se desgasta fácilmente.

Si seguimos amparándonos en los brazos de la humanidad no vamos a poder comprender que la puerta abierta por el creciente proceso de descentralización implica que el que puede evolucionar es el individuo y no necesariamente la especie.

La polémica entre generaciones se teje en una lógica polar que no hace más que reforzar opiniones y estratificar posiciones. Sin suscribir a los análisis conservadores, los Millennials parecen estar lejos de una autocrítica.

 

Opinión crítica sobre los Millennials:
http://elpais.com/elpais/2017/06…
Respuestas de Millennials:
http://www.huffingtonpost.es/carlota…
http://elpais.com/elpais/2017/06…

 

Autor: Melina Maira
Fuente: rro

Melina Maira
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