En búsqueda del sueño rebelde

¿Qué dicen nuestros sueños de nosotros? ¿Podemos señalar que son nuestros los sueños que perseguimos? ¿Alguna vez nos preguntamos de dónde vienen los objetivos vitales que más anhelamos?

Los relatos con los que nos topamos a diario, ya sea de nuestros allegados, historias que escuchamos en la radio o conocemos a través de algún otro medio de comunicación, nos permiten abrir la discusión sobre las aspiraciones, desafíos y propósitos vitales contemporáneos tanto nuestros como ajenos.

En el recientemente publicado informe “Compás Millenial, la generación ‘Y’ en la era de la integración 4.0”, una investigación cuantitativa y cualitativa realizada este mes por el Banco Interamericano de Desarrollo, se reveló que los millenials argentinos tienen como uno de sus principales deseos el “formar una familia” y creen que podrán forjar una mejor calidad de vida que sus padres. “Con un cuestionario de respuestas múltiples (…) mencionaron como importante lograr una buena vida familiar (51%) y ser exitosos laboralmente (45%), y luego el desarrollo personal (31%), tener tiempo de ocio y diversión (22%) y tener mucho dinero (20%).” Los analistas sostuvieron que los deseos se identificaron con aquello de lo que se carece y se visualiza como un bien escaso: dinero y tiempo.

Una de las prerrogativas de este estudio fue conocer el uso, el significado y la importancia que tienen las nuevas tecnologías tanto en la realidad como en el imaginario de los futuros adultos. Si bien la mayoría de los entrevistados valoraron positivamente el uso e impacto de las tecnologías en sus vidas (ejemplo: ahorro de tiempo y por ende, multiplicación de tiempo para hacer otras cosas), no lograron esbozar expectativas o imaginar canales originales o virtuosos para desarrollar en el nuevo panorama tecnológico y formularon cierto miedo o incertidumbre por los escenarios que puedan generarse en un futuro cercano.

Al analizar muy simplemente los datos recabados me surgen algunas reflexiones: los deseos no escapan a la lógica del sentido común y de lo que la cultura central te presenta como posibles destinos. Responder familia, dinero, ocio o desarrollo personal son lugares comunes y discursos que todos estamos acostumbrados a escuchar. ¿No hay nada nuevo en las cabezas de los jóvenes? Más allá de la novedad, es de notar la gran similitud de relatos e historias a la hora de plasmar los deseos que cada uno quiere consumar. Paradójicamente, en la era de la diversificación y de la ampliación de la libertad, pareciera que hay un territorio donde la cultura ha logrado ser victoriosa: la distribución masiva e igualitaria de los sueños contemporáneos. El hecho de que no aparezcan otros posibles anhelos vitales, da para pensar si los sueños y los deseos no son más que una reproducción en serie de aspiraciones vacías y totalmente previsibles, proporcionadas por valores culturales que se resquebrajan cada vez más. Lamentablemente, los sueños contemporáneos no son un despertar rebelde proveniente de la búsqueda ambiciosa de algo extraordinario sino esculturas talladas por una cultura que se demuestra apática frente a nuevos escenarios que la época nos invita a evocar, es decir, a soñar con otras formas de vida, otras formas de vivenciar la libertad. Entonces, ¿conserva el sueño alguna dosis de rebeldía?, ¿podemos hablar de evolución cuando la humanidad sigue copiando los formatos vitales tradicionales pero edulcorados y tematizados como sueños?, ¿estamos preparados para soñar más allá de lo que sueñan los demás?

Paralelamente, me crucé con una breve nota publicada en un medio australiano que ensaya sobre otra de las aspiraciones contemporáneas: la apología del estilo de vida sencillo, sin ambición y sin objetivos. Conformista y atomizado faltó decir.

La autora, Wendy Squires, periodista y editora australiana con trayectoria, reivindica el hecho de que ya habiendo ganado todos los objetivos de su carrera no se siente interesada por desarrollarla aun más y postula que el éxito para ella es “tener tiempo para vivir mi vida”. Se pregunta lo siguiente: “¿es tan malo anhelar la calma y elegirlo activamente?”

La ensayista revela que le hubiese gustado tener una familia pero se siente tranquila con su elección de no haberlo hecho. Arremete que no necesita más dinero del que tiene aunque podría esforzarse un poco más por conseguirlo, que le gusta estar enamorada pero que no necesita estarlo y disfruta también de la soltería. Finalmente, en una especie de respuesta hacia aquellos enemigos imaginarios que no comparten su filosofía de vida, Squires postula que no todos tenemos que ser iguales y que hay respetar los estilos de vida que cada uno elige.

En este tipo de visiones, que por cierto, se basan en relativizar todo tipo de felicidad, es posible notar al menos dos cuestiones: por un lado, a través de un aparente espíritu contestatario frente a cierto estilo de vida más ambicioso pero nocivo y superficial (léase vivir para ganar más dinero, trabajar para conseguir más reconocimiento, etc.) se propone y se defiende un estilo de vida más cómodo, carente de objetivos, pero aparentemente más feliz. Esta premisa reafirma que, en casos como este, el deseo y las expectativas vitales están aplastados, avasallados por la necesidad de transitar la vida sin sobresaltos, sin vibraciones, sin complejidad. Por eso también la tendencia consagra la banalización de la ambición y de lo que el deseo y los sueños pueden invitar a cuestionar. A su vez, no logra encontrar otros canales para describir la vida sin referirse a un coqueteo con el rechazo de modelos más tradicionales (descendencia o vida en pareja), lo cual deja al descubierto que este tipo de discursos no puede construir otras formas de vida si no es a partir de una contestación y una apelación constante a las estructuras tradicionales de cultura.

Una vez más, la imposibilidad de gestionar los actuales escenarios, minados de posibilidades, lleva al sueño a volverse contra sí mismo, a deteriorarse en un estilo de vida tranquilo y experiencista o, como en el primer ejemplo, a sumergirse en un mar de sueños y deseos universales.

– Nota sobre el informe: www.telam.com.ar/notas/201707…

– Video sobre testimonios del informe: www.youtube.com/watch?v=QGpTk…

-Artículo sobre vida sin objetivos: http://www.smh.com.au/lifestyle/life…

Melina Maira
1 Comment
  • Daniel
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    Melina:
    Hola ¡!

    Muy interesante el tema que tratas, a riesgo de pasar por atropellado pero estimulado por el deseo de contestar, escribí estas líneas.

    Como primera sugerencia (de orden estético y para hacer más llevadera su lectura) sugiero escuchar la canción “Sueño con Serpientes” de Silvio Rodríguez (youtu.be/88kZIM6zXn0… ) mientras se leen mis ideas.

    Querer ganar una medalla deportiva, querer recibirse en una carrera, o salir con cierta y determinada persona, tener hijos, formar una familia, encontrar trabajo, comprarse una casa, ir a tal lugar de vacaciones, mudarse a otro lugar para vivir, empezar a estudiar, etc. Etc.

    A todos estos deseos (sueños, metas, fines o como quisiéramos llamarlos) se les podría interrogar con un ¿para qué…? Y la respuesta a dicha pregunta nos mostraría que son logros instrumentales, están al servicio de algo mayor que a mi entender es la búsqueda de cierto estado de ánimo que bien podríamos llamar “Felicidad”.

    Una vez conseguido alguno de estos deseos listados en el párrafo anterior, se obtiene su cuota de “Felicidad” adyacente, como quién, según el viejo mito entrega el álbum lleno de figuritas y recibe a cambio su pelota de fútbol.

    Ahora bien, como todo sueño instrumental, la felicidad conseguida no es total, razón por la cual a poco de caminar nos surge otro sueño o deseo o logro por conseguir y se vuelve a poner en marcha la maquinaria.

    ¿Existirá un bien, objeto o situación que una vez conseguida nos satisfaga de tal forma que aplaque de manera definitiva nuestra sed de nuevos bienes, objetos o situaciones? A este bien, objeto o situación yo no los denominaría “instrumentales” sino “finales”.

    La existencia de “bienes finales” fuera del ámbito religioso se me hace difícil de concebir, entiendo que todos los bienes conocidos son “bienes instrumentales”, los buscamos como instrumentos aptos para conseguir algo diferente, aún el deseo de “vivir muchos años” no lo es por sí mismo, sino como condición para conocer más, experimentar más…. Una persona en coma inducido no está muerta, de acuerdo, pero no responde plenamente a lo que pensamos que es vivir.

    En tal sentido, es posible establecer un orden de prelación de estos “bienes instrumentales”, pero, así como escuché alguna vez que uno no se alimenta de lo que come sino de lo que digiere, se me ocurre que uno no establece un orden de manera independiente de los individuos y su historia y sus particularidades psicológicas, es necesario que cada uno procese y metabolice cada uno de estos bienes y luego saque su orden de prelación concreto y sólo aplicable a su ser y circunstancias.

    Lo que puede ser accesorio o menor, para otra persona puede alcanzar alturas épicas o al revés, lo único que me parece importante destacar es que la felicidad que surja de la obtención de estos sueños es pasajera y al tiempo se consume.

    Por otro lado, si soy un empleado bancario de 9 a 17 hs, con familia tipo, auto común, que veraneo todos los años en Mar Azul y una vez por semana juego a la pelota con mis amigos, de alguna manera eso da más pistas de como soy que tener como sueño el descubrir el elixir de la juventud, o conquistar lejanos planetas, o crear sistemas políticos de aplicación concreta que acaben con la pobreza…. porque si solo son sueños y yo no hago nada en orden a su concreción, no creo que sirvan de mucho para definirme en modo alguno.

    Ya lo dijo Calderón de la Barca, en La Vida es Sueño:

    ¿Qué es la vida? Un frenesí.
    ¿Qué es la vida? Una ilusión,
    una sombra, una ficción,
    y el mayor bien es pequeño:
    que toda la vida es sueño,
    y los sueños, sueños son.

    Daniel, 12/07/2017 19:06

    4 de March de 2018 at 12:55 am

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