Coelho desbocado

Hola amigos, quiero compartir con ustedes un artículo publicado por el escritor Paulo Coelho en la revista “VIVA”, del diario Clarín de Argentina, el domingo 10 de enero de 2010. En el mismo, que transcribo debajo de este comentario, Coelho hace una insólita reivindicación de la falta de cuidados y planificación en la alimentación. Fomentando los sentidos comunes más reaccionarios, plantea una desconexión entre el cuidado del cuerpo y la salud, mientras que asocia la disciplina de una vida sana con las peores obsesiones. Hace una recreación absurda de dos demonios equiparables (la gula por un lado y la dieta por el otro).

A Paulo parece no importarle que comer desmesuradamente, sin ningún reparo nutricional es un problema que aqueja a una proporción enorme de la población. Por otro lado, restringir el consumo de grasas, intentar mantenerse en el peso de cada uno (fíjense que esto es visto por Coelho como una obsesión!), hacer ejercicios físicos, son todas señales de una vida saludable, de ninguna manera homologables a la anorexia o enfermedades de ese tipo.

Es notable como se puede tergiversar una estrategia de crecimiento personal, de combate a la degradación física, con la noción de que se "pretende parar el tiempo y la evolución normal del organismo". Dónde está escrito que la evolución normal del organismo sea cultivar la pancita? Cómo puede disociarse tan arbitrariamente el hecho de "vivir mejor" con "preocuparse por el peso". Acaso se puede vivir mejor alimentándose mal y no teniendo conciencia del propio organismo?

Discursos simplistas como este resultan temerarios en una cultura en la que la obesidad es un problema de magnitud!

Creo que esta frase sintetiza lo peor de su pensamiento: "Olvídenlo. Ustedes pueden leer cuantos libros quieran, hacer los ejercicios que consideren necesarios, infligirse todos los castigos que deseen, y seguirán teniendo, de todas maneras, dos opciones: dejar de vivir, o engordar.". Lamentable Coelho!

Acá va el artículo…

Hábitos alimentarios
Buen provecho

Uno de los grandes filósofos brasileños, el cantante Tim Maia, dijo en cierta ocasión: “Me propuse hacer una dieta rigurosa. No probé el alcohol ni el azúcar, y me abstuve de comidas grasas. En dos semanas, perdí catorce días”.

Vivo hace 28 años con una mujer maravillosa, que de vez en cuando pierde la calma y su buen humor porque, según ella, le sobran unos kilos. ¿No estaremos exagerando un poco? Una cosa es la obesidad, y otra pretender parar el tiempo y la evolución normal del organismo.

Lo peor de todo es que constantemente aparecen nuevas maneras de perder peso: comiendo calorías, evitando las calorías, consumiendo grasas compulsivamente, evitando las grasas a cualquier precio… Entramos en una farmacia, y somos visualmente invadidos por todo tipo de productos milagrosos que prometen acabar con las ganas de comer, con el tejido adiposo, con la barriga…

Sobrevivimos todos estos milenios porque fuimos capaces de comer. Y, hoy en día, esto mismo parece haberse convertido en una maldición. ¿Por qué? ¿Qué es lo que nos hace intentar mantener a los cuarenta el mismo cuerpo que teníamos cuando éramos jóvenes? ¿Es que existe alguna posibilidad de parar esta dimensión del tiempo?

Claro que no. ¿Y por qué tendríamos que ser delgados? No hay ninguna razón para serlo. Compramos libros, vamos al gimnasio, gastamos una cantidad importantísima de nuestra energía intentando parar el tiempo, en lugar de caminar por este mundo celebrando el milagro. Cuando deberíamos estar pensando en cómo vivir mejor, nos obsesionamos con el asunto del peso.
Olvídenlo. Ustedes pueden leer cuantos libros quieran, hacer los ejercicios que consideren necesarios, infligirse todos los castigos que deseen, y seguirán teniendo, de todas maneras, dos opciones: dejar de vivir, o engordar.

Estoy de acuerdo con que hay que comer con moderación pero, antes que nada, hay que comer con placer. Ya lo dijo Jesucristo: “Lo malo no es lo que entra, sino lo que sale de la boca del hombre”.

Un día, estaba en un restaurante libanés con una amiga irlandesa y conversábamos sobre ensaladas. Con todo el respeto debido a los vegetarianos y a los fundamentalistas de la alimentación, la ensalada, para mí, sirve esencialmente para decorar el plato. No podemos vivir sin ella, pero tampoco podemos considerarla el centro de nuestras atenciones gastronómicas. Los periódicos publican a diario historias de jóvenes en busca del estrellato en las pasarelas que terminan muriendo como consecuencia de esta obsesión por llegar al peso ideal.

Recuerden que durante milenios luchamos para no pasar hambre. ¿Quién se inventó esta patraña de que todo el mundo tiene que mantenerse delgado durante toda la vida?

Voy a responder: los vampiros del alma, aquellos que piensan que es posible parar la rueda del tiempo. Pues no, no es posible. Usen la energía y el esfuerzo que emplearían en una dieta para alimentarse del pan espiritual, y continúen disfrutando (con moderación, insisto una vez más) de los placeres de la buena mesa.

Hace un tiempo escribí una serie de columnas sobre los pecados capitales, y la gula es uno de ellos. Pero, ¿qué es exactamente la gula? Una obsesión. Lo mismo que la dieta. En este punto, los dos extremos se tocan, siendo ambos nocivos para la salud. Mientras millones de personas pasan hambre en todo el mundo, vemos que hay gente incentivando la delgadez porque, en algún momento, alguien decidió que ser delgado era la única manera de conservar la juventud y la belleza.

En lugar de quemar artificialmente estas calorías, debemos intentar transformarlas en energía que se pueda aplicar a la lucha por nuestros sueños. Nadie se mantuvo delgado durante mucho tiempo sólo por una dieta.

Riorevuelto
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