Un desvío del recorrido impuesto

Por Laura Marajofsky

La discusión puede empezar en una reunión familiar, en una charla con amigos, o surgir ante la constante increpación por parte de padres, profesores y orientadores vocacionales. Por lo general se comienza hablando del futuro y de cómo se proyecta uno, y deriva casi indefectiblemente en asuntos relacionados con las acreditaciones de tal o cual tipo, con la calidad de la educación en tal o cual universidad y otros etcéteras. Es llamativa la manera en que la conversación pareciera estar siempre configurada para que se toquen sólo algunos puntos (qué tipo de carrera elegir, dónde cursarla, etc.), evitando profundizar en temas subyacentes y más trascendentales, representándose un especie de diálogo “retocado” que intentara suplir un verdadero intercambio.

De esta forma, da la sensación de que llegado el momento de decidir, el adolescente promedio ya tiene la respuesta a una pregunta que tal vez nunca llegó a formularse. Partiendo de la prerrogativa de que para poder adquirir conocimientos y prepararse para el mundo laboral se debe asistir a la universidad, el camino a seguir al egresar del secundario aparece como algo bastante obvio. Incluso el “respiro” de un año -conocido también como “gap year”-, que eventualmente podía servir para desnaturalizar la opción por default y madurar otras alternativas, se fue convirtiendo en un escalón más del programa académico, un pequeño recreo antes de zambullirse.

Ahora bien, poco y nada de tiempo se dedica a desarmar este axioma, por ejemplo tratando de evaluar en primera instancia cómo es que algo tan esquemático como un diploma se ha vuelto un medidor de logros y fracasos, achatándose la lectura que se hace de las potencialidades y problemáticas individuales. Inclusive podría decirse que se ha alcanzado un punto en donde obtener cierto status, cierto reconocimiento oficial, se ha convertido en un objetivo en sí mismo -cuán reconfortante poder agregar el “Lic.” al lado del nombre propio en el MSN o en el remitente de un mail! Ante esto cabe preguntarse qué perspectivas hay de encontrar puntos de vista realmente críticos y originales cuando lo que se promueve en este paradigma de formación es precisamente la búsqueda de acreditación a cualquier costo. Sería bastante ingenuo esperar juicios de cierta autonomía, o que sean poco condescendientes para con la misma institución que ha de proveer las credenciales educativas tan codiciadas.

¿Cuáles son las consecuencias de pensarse de manera especializada? Algunos resultados de esta pulsión se pueden observar en la disociación que se propaga en gran parte de los ámbitos profesionales en la actualidad, donde pareciera fomentarse el desdoblamiento del individuo en varias facetas, muchas veces contrapuestas (como un comercial de “Gatorade” del año pasado mostraba alegremente). No se debería desestimar el impacto que tiene el hecho de concebirse como una multitud de seres conviviendo bajo el mismo techo, o bien para el caso como un conjunto de tareas que se realizan o saberes que se poseen. Del mismo modo, existe aparentemente una noción muy clara y diferenciada de las obligaciones morales y principios éticos que se manifiestan “on” y “off duty”, legitimando la inconsistencia ideológica, pero sobre todo la falta de transparencia personal. (Artículos anteriores relacionados: “Sombras de una carrera de fragmentación”).

A todo esto se le suma un panorama de incertidumbre surgido de la crisis económica actual, que pone de relieve el daño que genera esta visión meramente funcional de los individuos promovida por la academia. Sin embargo ante esta situación en vez de ahondarse en las contradicciones del modelo, o advertir en todo caso si un esquema que fomenta la ultra-especificación no es algo contraproducente en un escenario inestable y cambiante, el análisis se centra exclusivamente en la utilidad de “invertir” en una educación terciaria como bien refleja una serie de artículos publicados.

Aunque resulta comprensible que éste sea el “approach” más inmediato en plena recesión, con los altos costos de la instrucción formal y las enormes deudas que acumulan los estudiantes en algunos países (incluso un medio conocido ha puesto a disposición del público un “College Cost Caculator”), el fenómeno requiere otra profundidad en el enfoque. Claro que es cuestión de ver dónde se sitúa el eje del debate. Es entonces cuando vale la pena indagar acerca de los efectos de un adiestramiento en el que se concibe a las personas como piezas que engranan en una gran maquinaria (una idea que es probable sea compartida por la mayoría de los profesionales). Partir con una predisposición fragmentada ciertamente condiciona la forma en la que uno se piensa. Por otro lado, entender que el sustrato del cual se nutre esta mentalidad es en parte cierto temor, una escasa visibilidad global y el confinamiento de la imaginación, quizás permita encarar otras rutas menos transitadas. Podría considerarse que el no tener un horizonte laboral certero al egresar de la facultad es parte de una problemática mayor -y mucho más significativa- que excede las variables socioeconómicas: la dificultad general para proyectarse en la vida.

El cuadro se completa con la escasez de propuestas que planteen un alejamiento de roles tradicionales y que fomenten alternativas sustentables de desarrollo humano y planeamiento estratégico. Visualizar opciones menos convencionales para el aprendizaje y el propio entrenamiento es sin dudas todo un desafío en una cultura acostumbrada a pensar en instituciones antes que en proyectos autogestionados, y en títulos como símbolo del progreso o el estancamiento. Acaso la reciente crisis, que implicó en algún sentido una debacle organizacional, pueda inspirar cierto espíritu de ruptura y catapultar nuevas iniciativas.

El impulso de apartarse del trayecto pautado también puede surgir en cualquier momento, durante una cena familar, una charla con amigos… en casi cualquier momento donde la lucidez y una actitud cuestionadora se hagan presentes. Un oportuno desvío hacia una construcción individual más independiente y esperanzadora.

 

 

Riorevuelto
1 Comment
  • Lau
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    En sintonía con esta editorial quería agregar un material que salió la semana pasada (http://open.salon.com/blog/eric_… ) y que me parece que aporta al tema. En este caso se trata de una pequeña nota escrita por un joven norteamericano recién egresado de la facultad, en la cual se puede observar el dudoso criterio –por momentos extremadamente simplista y naif– con el que se analizan las disfuncionalidades del modelo universitario. Digo, si para considerar más o menos razonable la opción de ir a la universidad hay que compararse con criminales juveniles sin título secundario, o incluso agradecer que uno no esté “tan endeudado” o tenga que irse a vivir con los padres, el argumento a favor parece bastante endeble…

    Para cerrar, ante la imposibilidad de enfrentar el mundo “real” el protagonista fantasea con la vuelta al ámbito académico, tal vez un destino más común del que imagina dada la dificultad de muchos jóvenes para proyectarse en la vida…

    Besos!

    31 de May de 2009 at 5:55 pm

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