Definidos por oposición

Por Laura Marajofsky

Nunca como ahora se hizo tan evidente la transversalidad de la cultura. Parece mentira que las problemáticas sean las mismas sin importar el lugar del planisferio donde estemos ubicados. Éste es el caso de dos fenómenos que vienen tomando fuerza en el último tiempo, y entre los cuales puede trazarse una sutil pero clara relación: el profundo (y entendible) malestar hacia la idea de adultez vigente. Por un lado, en España, está la generación de los “ni-nis”, jóvenes de entre 18 y 34 años llamados de esta forma por su aparente desmotivación general, ya que no quieren ni estudiar ni trabajar. Dirigiéndonos hacia la isla de Japón, encontramos a los hombres“soshokukeis”, designados de manera peyorativa “herbívoros” por no responder a los estándares de masculinidad y madurez considerados como aceptables por la sociedad japonesa -no aspiran a seguir una carrera universitaria, ser exitosos profesionalmente o tener una pareja estable.

Frente a estas manifestaciones abundan las lecturas convenientemente reduccionistas. Tanto los “ni-nis” como sus pares orientales, suelen recibir el mote de apáticos o son calificados de vagos sin que se ahonde en la raíz de sus malestares, o se reflexione sobre la evidente falta de convergencia con aquellos paradigmas connotados como normales. Es por esto que los “soshokukeis” son asociados con el fenómeno de los “parasite singles”, personas que en vez de “contribuir” con el sistema establecido, se supone viven a expensas de éste. Habría que evaluar si no llevar la misma vida que los propios padres es algo que deba ser enmarcado dentro de una sensación general de abulia o falta de compromiso. A su vez, ante los discursos que hablan de un creciente individualismo (y de allí la perorata de que la juventud está cada vez más egoísta y que sólo se mira el ombligo), uno podría objetar que el aporte de los hombres no tiene por qué canalizarse a través de vías exclusivas que impliquen una conformidad con esquemas tradicionales, como tener hijos u ocupar un rol productivo determinado. “Los jóvenes de ahora no son capaces de arriesgar, son conservadores”, plantea Elena Rodríguez socióloga del Instituto de la Juventud en España.

Resulta difícil dilucidar quién tiene la postura más conservadora aquí, si los jóvenes que ven con entendible reticencia el plan que se les ofrece, pero que no parecen tener la actitud o inspiración para generar algo distinto, o los adultos que prefieren defender ideas vetustas antes que admitir su propio descontento.

Como detalle accesorio pero pintoresco, el copete de una nota publicada en La Nación en referencia a los “ni-nis” que declaraba “Los expertos comienzan a analizar el fenómeno“, da cuenta del “timing” de las decadentes ciencias sociales a la hora de detectar tendencias y analizarlas.

Un quiebre ideológico y pragmático comienza a vislumbrarse entre generaciones.“Miramos con descrédito la vida que nos ofrece la sociedad. Nuestros padres trabajaron mucho y se hipotecaron de por vida, pero tampoco los hemos visto muy felices. No es eso lo que queremos. La gente tiene poca prisa para hacerse mayor”, dicen algunos treintañeros españoles. De la misma manera, los japoneses que han visto a sus progenitores sacrificarse por un mejor pasar, ya no conciben la excelencia académica, el ascenso laboral o la posibilidad de formar una familia como algo indispensable. Así, poco a poco, se va naturalizando un nuevo orden en el que el poder adquisitivo de los adultos supera con creces al de los jóvenes generando resentimiento. Simultáneamente, la baja natalidad que se extiende por gran parte de Europa y Japón mismo, acarrea tremendos problemas para la organización estatal (esa es la “colaboración” que los gobiernos demandan de sus ciudadanos, que tengan hijos!).

Si bien puede discernirse un alejamiento de modelos más convencionales, todavía no se aprecia una estrategia sustentable a largo plazo. Tanto la actitud de los “ni-nis” como la de los “soshokukeis” no pareciera ser más que una reacción espontánea y poco organizada ante la zozobra existencial. La conciencia indica que si crecer implica tales sinsabores e insatisfacciones, mejor esperar. Mejor demorar ese paso, o incluso, no darlo nunca. Por consiguiente, la retirada de la adolescencia se pospone indefinidamente, cambiando una vida de responsabilidades no elegidas por otra sin exigencias ni grandes desafíos, y sin demasiado sentido tampoco. Testimonio de este posicionamiento vital es la creciente infantilización que ha ganado terreno en los últimos años, reflejada en la organización afectiva y proyectual, y hasta en los hábitos de consumo y en el arte (ver si no la constante reivindicación del “niño que llevamos dentro”).

Al mismo tiempo, los leves corrimientos del curso predeterminado ocasionan contrapartidas de un cariz sumamente conservador. Basta observar el comportamiento de las mujeres “carnívoras” en Tokio, quienes cansadas de esperar que el sexo masculino tome la iniciativa, se dedican a “cazar” maridos o novios -una vez más, triste rol para las chicas en pleno siglo XXI.

Tanto la angustia como las dificultades para relacionarse con otros se suelen paliar a través de modalidades dañinas, sea que hablemos de adicción a las drogas o, como es más común en Oriente, a la tecnología y a la pornografía. Probablemente los japoneses sean el exponente más expresivo y dramático de la debacle que se vive, ya que se han encargado de decirnos a través de sus alienados “hikikomoris”, o su extraña afición por disfrazarse y actuar como personajes del “manga” (adquiriendo su vertiente más obsesiva en los “otakus”), que hay algo que no está funcionando del todo bien en esa apacible y ordenada cotidianeidad.

Qué gran -y triste- malentendido pensar que crecer es un proceso irreversible de pérdida de la libertad y la imaginación, donde uno deja de sorprenderse y se convierte indefectiblemente en lo que otros quieren. ¿No será que si la cultura se empeña en hacernos creer esto, es porque así resulta más fácil resignarse y renunciar a proyectar otro devenir? Tal vez estos tímidos escarceos que se observan alrededor del mundo sean una especie de preámbulo que permita reconnotar esta etapa de la vida como un punto de partida más que de llegada, como una época trascendental y positiva.

Laura
3 Comments
  • Carolina
    Reply

    07/10/2009 16:09

    Habría que investigar qué pasa en la Argentina y cuál es la opinión de quienes comienzan a insertarse en el mercado laboral. Realmente uno no ve con buenos ojos el trabajar, ya que como bien dice la nota, hemos visto cómo casi “esclavizaron” a nuestros padres y les reprimieron toda iniciativa propia en función de un sueldo fijo. Uno llega a pensar que todos los proyectos que se tienen no encuentran lugar en este mundo, que es para los pocos que conocen a la gente correcta.
    Y nosotros nos encontramos en la contradicción de ayudar a nuestros padres, con un sueldo propio y solventar los gastos personales y el reprimir todas esas ideas y proyectos que se tienen pero necesitan tiempo para ser llevados a cabo.

    15 de March de 2018 at 7:20 pm
  • Gustavo Faskowicz
    Reply

    07/10/2009 19:08

    Hola Carolina, creo que no está tan claro que el problema de nuestros padres sea que los esclavizaron y les reprimieron la iniciativa. Me parece que en términos generacionales, tienen bastante más responsabilidad que la de una víctima en la construcción de este modelo de adultez, que sólo despierta apatía y refracción.

    Pienso que los fenómenos que describe Laura, no existirían en esa dimensión si la generación de nuestros padres tuviera un poquito de autocrítica. Si ante el fracaso del modelo tradicional de vida no respondieran promoviendo una profundización de ese modelo, quizás no estaríamos hablando de este ostensible malestar con la adultez.

    Besos!

    15 de March de 2018 at 7:21 pm
  • Diego
    Reply

    08/10/2009 10:56

    Este Viewpoint trata de un tema a mi criterio muy interesante, si observamos a la sociedad como un fenómeno biológico de relaciones humanas, en las que se pone en juego lo que hacemos y sentimos, podemos entender entonces que aquello que se interpreta en relación a la idea de la adultez hace emerger un malestar, y las acciones a las que nos conduce ese malestar son aquellas que comienzan a tomar luz en diversas culturas.

    Entiendo que las “recetas de la felicidad” que podrían acarrear nuestros padres al día de hoy pueden producir “comidas rancias”, con sabores que no queremos para nuestra experiencia en la vida.

    Por otro lado se despierta la “sombra” de este malestar, y es la de “definirse por oposición”, como una forma de escapar o disminuir dicho malestar, pero entiendo que esta predisposición nos conduce a tomar caminos que no son nuestros, sino más bien reactivos a aquellas imágenes de sacrificio de las cuales quiero apartarme.

    Resulta innegable que el malestar existe, resulta propicia la explicación de que dicho malestar puede ser el emergente de un comportamiento hacia la felicidad que hoy no compartimos, que deseamos otro, no sabemos cuál, pero mientras tanto nos alejamos de esa receta haciendo lo opuesto, postergando la adultez… y agrego: perdiendo mí integridad y mis posibilidades de Ser.

    Entiendo que la cultura en cierta medida “nos hace” y también entiendo que nosotros somos los únicos responsables de lo que hacemos con lo que nos hacen. La pregunta que me queda es: ¿Cuándo vamos al supermercado, llevamos una lista de lo que “no queremos” o de “lo que queremos”? ¿Cuando salimos a la vida, qué lista llevamos?.

    15 de March de 2018 at 7:22 pm

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