¿Un mártir más en la triste causa del arte?

Por Laura Marajofsky

La reciente muerte de Philip Seymour Hoffman ha despertado como ya es costumbre en la esfera facebookera todo tipo de comentarios sentidos y reivindicadores, pero dejando a un lado las reacciones esperables, quizás lo que resulta más interesante es la discusión subyacente implicada en el asunto. Los últimos días estuve leyendo varios de los artículos publicados y republicados en torno al tema, tratando de encontrar alguna reflexión que le escapara un poco a la apreciación meramente artística y que estuviera más focalizada en la vida y la adicción de Hoffman.

En ocasiones como éstas es intrigante ver cómo la cultura se concentra en tratar a estos personajes como mártires (considerando el consumo de drogas como un tolerable “efecto colateral” de la producción artística). En este sentido suele primar la idea de que todo acto creativo, en particular en el ámbito artístico contemporáneo, implica de una u otra manera cierto grado de autodestrucción. Así el paradigma clásico del artista sufrido o loco, hoy pareciera devenir en el artista crónicamente “quemado” en busca de estimulación química.

Testimonio de estas naturalizaciones son comentarios como los de esta terrible nota, a raíz del incidente de Hoffman: “Unmerciful World” (http://medium.com/our-addictions/ae81e19b0289)

“The “enlightenment” of highs are cherished by those who’ve had them, whether it’s Jimi Hendrix writing about kissing the sky or Steve Jobs confessing that early LSD use was critical to his business success, or the guy you knew from college who’s just a happy, contented dad today. (…) If you’re mystified that smart people can become addicts, then you don’t understand drugs, getting high, or how much it complements the creative brain”

Por otro lado, si bien la noción de lo autodestructivo en la creación resulta una idea perversa con tristes implicancias para aquellos que se plantean ser creativos desde el arte u otros ámbitos, como señalaban varios lectores indignados ante la romantización de la muerte de Hoffman en una nota del New Yorker (http://www.newyorker.com/online/blogs/movies/2014/02/philip-seymour-hoffmans-genius.html?), tal vez haya que reconocer cierto grado de verdad en esta afirmación… Si se piensa al arte como una profesión más, no es difícil descubrir varias vetas dañinas (la sobre especialización y el encasillamiento, la repetición, el aburrimiento, etc.) que amenazan diariamente la humanidad de sus practicantes. Y esto sin hablar siquiera de la maquinaria industrial detrás del telón, que engulle y escupe sistemáticamente a principiantes y consagrados por igual.

Ahora, si Hoffman es visto como una especie de mártir, ¿es factible preguntarse sin que se considere insensible, qué causa estaba defendiendo realmente y si valía más que su vida?

Riorevuelto
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