La búsqueda del sentido de la persistencia

Ayer al terminar la reunión del Club I+, como siempre se formó un círculo de comentaristas de la realidad que nos juntamos a discutir el universo, en actitud de cuadrilla municipal, todos viendo como Carlos trabajaba en el desmonte del equipamiento tecnológico que permite la transmisión de la reunión.

Cómo seriofágos que somos, la micro charla surgió y se nutrió alrededor de las bondades de una nueva serie del firmamento Netflix: “Stranger Things”.

Una vez terminada la ronda de saludos finales me fui a la búsqueda del colectivo 42, y mientras meditaba sobre la aparente relación entre la cercanía de la medianoche y la escasa cantidad de colectivos circulantes, tuve una intuición (del latín intueri «mirar hacia dentro» o «contemplar», es un concepto de la Teoría del conocimiento aplicado también en la epistemología que describe el conocimiento que es directo e inmediato, sin intervención de la deducción o del razonamiento, siendo considerado como evidente (1)).

Antes de exponer el resultado de mi “intuición”, me gustaría exponer un punto importante para la mejor comprensión de este pequeño artículo: El mismo, al nacer de la intuición, es producto -como hemos visto- de un mecanismo que no deriva del razonamiento por lo tanto puede haber ideas contiguas pero no continuas, conclusiones sin premisas, falta de integridad, ausencia de casos testigo, etc.

Primera parte
Leyendo acerca de la serie “Stranger Things”, uno de los puntos destacados por casi todas las críticas es su acierto en situar la acción en la década de los ochenta.

Al principio se me ocurría que esto obedecía a la atracción que nos genera la nostalgia de los tiempos pasados pero a poco de pensarlo recordé una entrevista a Steven Spielberg con motivo del estreno de “Indiana Jones y los Cazadores del Arca Perdida”, en ella le preguntan por qué la había hecho transcurrir en la década del 30, y él contesta algo cercano a “porque en ella todavía había misterios”.

Y allí creí encontrar la clave de interpretación para un punto que tocamos en una charla del Club que solicitaba (estimo que fue en la reunión del 03/09/15):

“…La idea de la persistencia, es una idea bastante asequible desde tiempos históricos a lo largo de la evolución de la humanidad, la idea de la persistencia, la lucha contra la muerte, el paso del tiempo, son ideas bastantes familiares. Ahora ¿existirá un correlativo emocional y yo diría casi sentimental, para la idea de la persistencia?… ¿existe un sentimiento asociado a la persistencia? ¿o la persistencia es una idea, radical por cierto, que no implica la apertura o la inauguración de un nuevo espinel de emociones o de sensaciones?…” (Trascripción mía de parte de la introducción)

Y sí, nuestra época está dominada por el encuentro de las explicaciones de todo, se exploran las montañas, se decodifican ADNs de animales extinguidos, se rastrean las corrientes migratorias de los primeros hombres, se analizan los fondos oceánicos, se descubren partículas impensadas, se confirman teorías…. Y muchas otras cosas…

Y las explicaciones que surgen nos muestran un panorama racionalmente desolador: “Bienvenido al desierto de lo real” nos dice Morpheus en la primera Matrix (2), no hay fantasmas, no hay misterios, todo es medido y pesado con precisión.

Llegado a este punto, surge la pregunta: ¿Acaso no está bien buscar la verdad?

Respondo: “sí, está bien”, pero a veces el costo de encontrarla, por su naturaleza, es generar un desapego emocional con la misma.

Desde siempre el ser humano tiene predilección por llenar los huecos de su conocimiento con la argamasa de su imaginación, los antiguos Griegos fueron, con sus mitos, maestros insuperables en el arte de dotar de “sentido” a su realidad.

El común de la gente, o al menos gran parte de ella, busca “entender” la realidad y en ese afán, muchas veces yerra el camino y se afilia a teorías que le generan comprensión pero al módico precio de tirar por la borda a la verdad.

Está demás abundar que muchas religiones (se que muchos están tentados de decir: Todas) generan adhesión en virtud de sus capacidades “explicativas” del universo que nos rodea y, ahora sí: Todas, también avanzan sobre zonas inexploradas o inexplorables, como el llamado Otro Mundo, Cielo, Paraíso, etc.

Desde otros aspectos, se ha puesto de moda el término “Conspiroparanoico”, que alude a los fanáticos de las conspiraciones, aquellos que creen ver una trama oculta en todo el plano de lo real.

Nada se salva de esta mirada, alcanza con ver una sombra de una duda, algo sin explicación para producir todo un cuerpo de ideas que “explican” el fenómeno.

Segunda parte
La persistencia, en el contexto del Club, no viene sola, se acompaña con el aderezo de la búsqueda de la verdad, la aplicación de criterios científicos, etc.

Muchas veces al honestidad de esta búsqueda va a contrapelo de la necesidad de “sentido” que requiere la gente, ya que en general la respuesta conduce a nuevas preguntas, porque el universo es más vasto que lo que el gran público está dispuesto a aceptar.

Se solicita una “explicación” simple, contenedora de todas las opciones y que, también, nos releve de responsabilidades.

Que mejor que un Dios, o un Gobierno en las Sombras, o maquiavélicas Corporaciones, sean las culpables de nuestros males.

Así vemos diluir nuestro campo de acción, ya que nos enfrentamos a fuerzas que nos superan en recursos, pues, dejémonos llevar, no tenemos otra opción.

En este contexto, la llegada de “Pokemon Go” no es más que una vuelta de tuerca al “endulzamiento” de la realidad, que ya ni siquiera busca generar una explicación del mundo, sino que opta por dotar a las personas de un efímero sentido: la búsqueda, caza y colección de estos pequeños personajes.

Tercera parte
Veo compleja la misión de dotar de un sentimiento propio a la búsqueda de la persistencia, no ya por ella misma sino por defecto del receptor.

Hoy por hoy, la persistencia sería vivida más como una condena que como un beneficio, la gran plaga de este tiempo: la ausencia de sentido, se resuelve con el embotellamiento de miles de experiencias, una tras de la otra, ya no alcanza con tirarse en paracaídas desde la estratósfera (3), ahora hay que tirarse sin paracaidas (4).

Tal vez el más inteligente movimiento de la “Cultura Central” es habernos inculcado una suerte de “síndrome de Estocolmo” con nuestra Némesis: La Muerte, la tememos pero la necesitamos, como un mal jugador de ajedrez que, abrumado ante la necesidad de realizar infinitos cálculos de posiciones, resuelve terminar con su martirio por la vía de patear el tablero.

La única chance que le adjudico a la búsqueda de la persistencia, paradójicamente, la ubico en la constitución del espíritu humano que hace que a veces no siempre se sacia con explicaciones simples, así como un malogrado pseudo poeta dice:

Están las risas como partes de la Alegría
Las lágrimas como partes de la Tristeza
Las gotas de lluvia como partes de las nubes
Y los besos como partes del Amor

Será que nuestra condición de seres limitados nos impide acceder al todo y por eso sólo percibimos sus partes, esos fragmentos que nos invitan a soñar y desear una realidad mayor.

A través de la lluvia, las risas, los besos y las lágrimas, intuimos que existe la Tristeza, la Alegría, el Amor y por cierto…. las nubes.

¿Por qué será que el corazón se muestra insatisfecho con esas partes y aspira a la totalidad? ¿Por qué extraño designio fuimos moldeados deseando esas infinitudes si en el curso de nuestra vida sólo alcanzaremos alguna de sus partes?

Tal vez llegue el tiempo en que las lágrimas, los besos, la lluvia y todas las risas vuelvan a su origen y en ese preciso momento estaremos allí para verlo y gozarlo, para expandirnos como partes del Todo, en la plenitud que da el estar de regreso en casa.

Enlaces:
(1): es.wikipedia.org/wiki/Int…
(2): http://www.pagina12.com.ar/2001/supl…
(3): youtu.be/LncNaudzlmE…
(4): youtu.be/ssFaYMuOBAU…
(5): http://sectorinvisible.blogspot….

Postdata: Gracias a “CarLav 2.0” un corrector ortográfico que ya quisiera poder emular Microsoft o Google

Daniel Lopez
3 Comments
  • Carlos Lavagnino
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    ¡Qué felicidad, otra delicatessen de Daniel López ha llegado! Como vienen muy espaciadas, a tratar de sacarle el jugo!

    Una de las primeras ideas interesantes que planteás para discutir es si el costo de encontrar la verdad genera un desapego emocional con la misma.

    Yo no creo que necesariamente eso deba ser así. Quizás una de las claves se refleje en algo que postulás después: “la gente… muchas veces yerra el camino y se afilia a teorías que le generan comprensión pero al módico precio de tirar por la borda a la verdad.”.

    Para mí lo que ocurre es que no es lo mismo la compresión que la “sensación” de comprensión. ¿Cuándo se dispara la sensación “creo que esto funciona así, lo comprendí”? Yo creo que es algo programado culturalmente y motivado por una necesidad más o menos estructural de comprender y de operar sobre la base de esa comprensión que plantea cada marco cultural.

    A lo largo de la historia, la Cultura Central brindó herramientas, más que de comprensión, de “sensación” de comprensión. Y si en general esas herramientas tuvieron una notoria capacidad de sostenerse en el tiempo (religiones, supercherías, sentidos comunes), fue quizás porque en el fondo, comprender o no comprender no cambiaba demasiado el aciago destino de las vidas comunes. En definitiva, la comprensión se podía dar el lujo de ser una sensación porque no había demasiado en juego.

    Pero, ¿qué pasaría si a partir de determinado momento, podemos conectarnos con un nuevo escenario, en el cual la mayor o menor comprensión de los fenómenos que nos afectan tiene como resultado una gama cada vez más diferente de beneficios vitales?

    La época invita a la performatividad, y en particular, a la misma aplicada a la comprensión y a la operación exitosa sobre lo estructural. Acertar en nuestras representaciones de la realidad ya no es simplemente un crédito formal o social, sino un insumo que puede permitir el acceso a ciertos clusters de profundidad y extensión vital que de otra forma resultan fatalmente esquivos.

    Y allí es donde la comprensión se reconcilia de manera sin precedentes con el apego emocional, y descubrir la parte útil de la verdad, lo estructural, se convierte en una aventura y una pasión.

    Cuando algo es dramáticamente útil para el fortalecimiento de nuestras vidas, y tenemos un apego orgánico por ella, no hay manera de que esa razón no se convierta en un sentimiento: quizás en uno nuevo e inesperadamente poderoso y esperanzador.

    7 de August de 2016 at 9:09 pm
  • Aldi Lagomarzino
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    Qué lujo tener un escritor de semejante tamaño, despojándome del regocijo de leer las líneas poéticas de Daniel Lopez, paso a deleitarme en el contenido…

    Me resultan de por sí motivantes los disparadores de la búsqueda de la verdad. Ciertamente es un gen heredado desde que el hombre es hombre la indagación acerca de la verdad, no así su puesta en práctica.

    De por sí creo que la fantasía ha sido una gran aliada del ser humano a la hora de buscar calma, estabilidad, incluso la sensación de comprensión , como se dijo anteriormente, pero creo que es el Aplax del miedo en realidad. ¿Miedo a que? A la resonancia de la muerte.

    Sin embargo La Verdad es un plato digerible para pocos y sobre todo en sus inicios. A Las grandes masas o las comunidades propietarias de determinados saberes les ha costado aceptar el advenimiento de otras verdades… Preguntémosle al pobre Galileo si no fue así.

    La verdad resulta en un cimbronazo de alto impacto, atonta a muchos y apenas unos pocos visionarios llegan a refugiarse ante su llegada, o incluso, a aprovecharse de la misma ¿Quiénes? Aquellos que la previeron. Aquellos individuos son, creo yo, los que aprendieron a darse el lujo de estar siempre atentos a sus apariciones, porque la verdad tiene continuas y reiteradas emersiones detrás de los velos culturo-céntricos en los que vivimos…

    Ahora… ¿Por qué tipo de pulsión nos vamos a dejar llevar? ¿Queremos enfrentarnos a las verdades?

    La respuesta a esa pregunta, es la respuesta al tipo de vida que querés llevar.

    9 de August de 2016 at 6:50 pm
  • Daniel (el resonante)
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    Aldi y Carlos: Les agradezco sus desmedidos comentarios sobre mi intervención, sinceramente: Gracias.

    Sobre la discusión:

    Compró la idea de la “sensación” de comprensión, pero le agregaría alguna vuelta más de tuerca, en tal sentido se me ocurre que tal vez en su inicio, una explicación, dado el contexto cultural y científico en el que está inmersa, es realmente el máximo exponente intelectual y como tal debe generar la adhesión.

    Pero muchas veces el avance de la ciencia establece que las cosas no son como esa primera explicación las describía, entonces entiendo que al menos por tres situaciones es posible conformarse con esa primera sensación:

    a) por pereza intelectual
    b) por colisión con valores establecidos
    c) por miedo a no tener una explicación

    En esto coincido con Aldana, La Verdad (así en mayúsculas) no es apta para todos ya que, como ella dice, nos da un cimbronazo, nos saca del lugar de confort en que estamos instalados.

    Por último me encantó la idea del miedo a “la resonancia de la muerte” y no pude dejar de pensar en una parte del cuento de Edgar Allan Poe: La Máscara de la Muerte Roja:

    “También en este salón erguíase, apoyado contra el muro de poniente, un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo movíase con un tictac sordo, pesado y monótono. Y cuando el minutero completaba el circuito de la esfera e iba a sonar la hora, salía de los pulmones de bronce de la máquina un sonido claro, estrepitoso, profundo y extraordinariamente musical, pero de un timbre tan particular y potente que, de hora en hora, los músicos de la orquesta veíanse obligados a interrumpir un instante sus acordes para escuchar el sonido, forzando a los que bailaban el vals a cesar en sus evoluciones.
    Una perturbación momentánea recorría toda aquella multitud, y mientras sonaban las campanas notábase que los más vehementes palidecían y los más sensatos pasábanse las manos por la frente, pareciendo sumirse en meditación o en un sueño febril. Pero una vez desaparecía por completo el eco, una ligera hilaridad circulaba por toda la reunión. Los músicos mirábanse entre sí y reíanse de sus nervios y de su locura, y jurábanse en voz baja unos a otros que la próxima vez que sonaran las campanadas no sentirían la misma impresión. Y luego, cuando después de la fuga de los sesenta minutos que comprenden los tres mil seiscientos segundos de la hora desaparecida llegaba una nueva campanada del reloj fatal, se producía el mismo estremecimiento, el mismo escalofrío y el mismo sueño febril.” (http://axxon.com.ar/rev/174/c-174cuento18.htm)

    10 de August de 2016 at 3:35 pm

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