En torno a Fucking Humans

“Entitlement”. Un concepto difícil de reemplazar por su equivalente en español, que refiere a esa suerte de “derecho” auto-adjudicado, una pretensión o expectativa de lo humano por prevalecer sean cuales sean las circunstancias.  A lo largo de la historia de la evolución de las especies, la humanidad se dotó a si misma de este privilegio. Pero, ¿tiene lo humano que necesariamente formar parte de lo que viene?

Esta desafiante pregunta se planteó en Club i + durante la reunión nº 30 de la temporada ϶ 10, “Fucking humans”, que fue además el cierre de año de Culturas del Transhumanismo Crítico.

Al tiempo que en todo el globo se suceden numerosas revueltas masivas, advertimos una incapacidad de los colectivos por nombrar sus reclamos, identificar las causas específicas del malestar generalizado,  puntualizar un objetivo concreto para sus demandas.  Así, salen a la luz los efectos de un subsidio evolutivo que acabó por ensimismar la perspectiva tanto que a la humanidad tardía le resulta imposible problematizar en profundidad éstos y otros fenómenos.  Es como si lo que alguna vez fue conciencia privilegiada se hubiera tornado de a poco en lucidez selectiva.

En este escenario, la astuta Cultura Central parece haber hecho un pacto implícito con el transhumanismo y el posthumanismo  oficiales y, aquellos emergentes que podrían haberse constituido como vías de escape, hoy son nada más y nada menos que parcelas que lo humano se ha comprado en el futuro, garantías de su impulso y continuidad.

Podemos, por ejemplo, observar el rol que las industrias del fin del mundo y el arte transhumanista están jugando en la actualidad. De un lado, contribuyendo a naturalizar el discurso de la extinción humana inminente y unificando las percepciones acerca de la catástrofe de la especie (pero tranquilos, el post-apocalipsis será un reset de lo humano, o lo que es lo mismo: “el mañana proveerá”). De otro, banalizando con maniobras distractoras cualquier tipo de impulso crítico y potencial emancipador de la disponibilidad técnica y el lenguaje de las posibilidades.

Respecto a la segundo, es evidente la recurrente apelación al impacto y una acentuada  prevalencia del cuerpo del artista a disposición de la obra. Conejos manipulados genéticamente para brillar en la oscuridad, orejas implantadas en un brazo, y tortuosos procedimientos quirúrgicos con fines estéticos dan cuenta de esto. Y es que el experiencismo no muestra signos de una caída próxima.

En este contexto, las manifestaciones de agitación social contemporánea aparecen como la reacción instintiva de una humanidad tardía que pide acción. La dificultad está en que, como sabemos, la cultura central no nos ha entrenado para operar significativamente ni entrar en contacto con las consecuencias de nuestros actos.

Acostumbrado a la decadencia, el humano tardío no logra ni siquiera imaginar que la normalidad con la que hoy se abandera,  podría no serle provechosa en el futuro.  Un primer movimiento de desarme del entitlement de lo humano constituiría la puerta a la desuscripción de la especie y la posibilidad de elegir ser y  hacer algo distinto.

“Amused to death”, al humano, muerte y extinción  le sientan cómodas.  Ahora bien, quizás el mayor desafío que se nos presente cuando éstas ya no rijan como generadoras de sentido,  sea el de entusiasmarnos con la prolongación de la propia vida. Porque ¿para qué vivir un día más de lo mismo (algo así como “Al infinito y copy paste”)?

A nuestro favor: el espíritu evolutivo siempre trascendió a lo humano. Un posthumanismo crítico podría propiciar la atmósfera y las predisposiciones necesarias para impulsar la acción que necesitamos: comprometida, creativa, sensible.

 

Natacha Hoyos
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